Yo estaba perdida, lo pasaba mal, noches solitarias en las que no podía evitar pensar y darle vueltas a los mismos temas a los que todos les damos vueltas. Tenía mi futuro medio enfocado, tenía dos opciones, dos salidas, pero no sabía cuál escoger, por cuál luchar, a cuál dedicarle todas mis fuerzas. Repentinamente, un día se encendió la bombilla, sin pensarlo lo vi claro, vi a qué quería dedicar mi existencia, una existencia que en principio no sirve para nada y que sólo se alimenta para sobrevivir y perdurar lo máximo en el tiempo. Yo ya había decidido seguir el curso de la vida y que me llevara adónde fuera, en otras palabras, el tiempo decidiría por mi. Ahora que sé a qué quiero dedicar los años que dure sobre esta tierra voy a luchar por conseguir mi objetivo y no me entristeceré cada vez que parezca que se aleja porque sabré, dentro de mí, que todo lo que hago será por ello y que algún día llegaré vencedora a la meta. Así es como he conseguido ser feliz conmigo misma y no voy a dejar que nada lo estropee.
El camino de la vida no es fácil, a veces se tuerce y hay que saber tomar las curvas despacito para no salirnos de la dirección tomada, esto no es una novedad pero a pesar de saberlo bien cada vez que tropezamos con una piedra nos sienta mal. No debería. Es parte de la vida, hay que aprender a vivir con ello nos guste o no. Lo que nos hace sufrir también ayuda a ver mejor lo bueno de la vida. Pero ver lo bueno de la vida no es sencillo, hay que buscarlo, hay que descubrir lo que a cada uno le hace feliz. Así que no seas vago, no te quejes, que es lo fácil, y busca tu destino, el que tú quieras, el que tú vas a crear y con el que vas a convivir.
